miércoles, 28 de octubre de 2009

Mi amiga la princesa

Dedicado a mi amiga Yelaine Gil

Déjame contarte una historia de cuentos infantiles, tan lejana y a la vez muy cercana a la vida que muchos llevamos.

Resulta que tengo una amiga princesa. Las hadas al nacer la dotaron con belleza, inteligencia, buen discernimiento y un corazón bondadoso, bondadoso como pocos. Por si fuese poco, le otorgaron además el precioso don de la alegría, le adornaron el camino con una preciosa niña saludable y un esposo paciente, amoroso y comprensivo, de esos que no abundan mucho ni en los cuentos de hadas. Resulta que juntos, construyeron un pequeño castillo encima del castillo de sus padres, la fortuna y la suerte también les sonrieron, los caminos se les abrieron, los proyectos aparecieron.

La salud los bendijo cada día del año y la aparente tranquilidad - que siempre no es mala, aunque pueda resultar monótona en ocasiones- se instaló en el castillo como si fuese su propia casa.

Contrariamente, mi amiga la princesa, por más que la vida le otorgaba bendiciones, su corazón se entristecía, y no sabía por qué. Tal vez porque no podía tener carroza propia, o permisos para viajar a otros reinos lejanos, o porque la pequeña princesita hija no podía aspirar, ciertamente, a algunas cosas…, o tal vez porque hasta las princesas más alegres suelen pasar por crisis emocionales y deben pasar un pequeño curso de cómo enfrentarse a sus propios miedos…vale decir que todos, sin excepción, tenemos que pasar por este aprendizaje en algún momento.

Cuando estas inestabilidades emocionales llegan a nuestra vida, el único camino para salir de ellas es precisamente concentrarnos en las bendiciones que ya nos han sido otorgadas. ¿No podría parecer falta de agradecimiento cuando siendo tan ricos no somos capaces de valorar lo que nos ha sido otorgado? ¿Si estamos claros de nuestras bendiciones, no será que de alguna manera no conciente somos nosotros los que estamos desenfocados?

Si a mi amiga la princesa le hubiesen pasado la película de su vida años atrás, no se la hubiera creído. Y es que a veces necesitamos todos poner el DVD de nuestra película personal, y resulta que entenderemos que sin tramas y dificultades las películas son extremadamente aburridas, por lo menos las buenas películas.
Pero si el guión ha sido bueno te dejará el sabor de los buenos resultados obtenidos de cada protagonista. Al final, esas son las partes que solemos atesorar.

Entonces, nos queda un tema final en que todos pensamos, y es precisamente en el final…el final de esa peli o del cuento de hadas que todos desconocemos y que solo Dios o esa entidad superior a nosotros conoce. ¿Hasta cuando tendremos nuestras bendiciones? ¿Será que cambiarán? Y esa es la segunda parte del cuento que no ha sido contada, pero válgame Dios, cogerle miedo será la último que podemos hacer. Y si lo pensamos bien, cada día que trascurre ese” final atemporal” lo estamos escribiendo nosotros mismos, como actores principales. Adelantarnos a la trama, con miedo, hace que el propio cuento se ensombrezca cuando es momento de agradecer y disfrutar.

Mi amiga princesa, despiértate todas las mañanas con el sabor de tu buen cuento de hadas, encuentra tus miedos, mírales la cara y déjalos ir, sin tu participación no son nada, se convierten en la nada. Vuelve la cara y sonríe, por tu vida de hoy, las flores, el sol que ves desde tu ventana, por todas y cada una de tus bendiciones.

lunes, 19 de octubre de 2009

Padre...

Padre, déjame contarte que te extraño. Es viernes en la noche y te extraño. Más bien, llevo días así pero ha veces las ganas vienen de súbito, y de manera más aguda. Es un sentimiento feo Padre, porque nace sin esperanza, y siempre, siempre me hace llorar.

El otro día montada en una guagua vino ese sentimiento repentino y lloré a borbotones. Algunos me miraron, tal vez pensaban que lloraba por un amor perdido. No estaban tan lejos, no…Mi hijo también hoy recordó uno de los juegos que le inventabas, y aunque lo recordamos con amor, la última pizca fue dolorosa.

Padre, déjeme contarte que tu muerte ha sido sin palabras. Cambió mi mundo y me hizo adulta. Igual que cuando tuve a mi hijo. Recuerdo que lloraste aquel día. La vida con tu muerte comenzó a girar, a girar, y siento que todavía no se detiene, todo cambió, todo mi mundo cambió cuando te fuiste. No sabes lo que me costó recoger todas tus cosas, vender tu linda casita, montar a mi madre en un carro y dejar todo atrás, toda mi infancia bonita que tanto y tanto adornaste. Todavía no sé como esta, tu hija, fue tan fuerte para asistir a tantos entierros. Traje conmigo tus plantas, tu sonajero violeta, regalé algunos de tus cuadros pero guardé, eso sí, el cuadro que me hiciste aquella vez, y que siempre supiste que nunca me gustó. Lo guardo en mi cuarto con tanto amor…

Padre, déjeme contarte algo bueno, y es que ya puedo mirar tus fotografías, no todos los días soy tan fuerte pero hay días en que si las miro me pareces cerca, y pareces tan normal, tan normal que no me creo que no estés porque la foto me grita que estás, estás como siempre has estado y deberías estar. Es un sentimiento confuso…

Padre, déjeme contarte que por dolorosa, tu muerte me ha hecho fuerte, me enfrentó a una realidad de la vida que siempre trataste de ocultarme. Tengo que confesarte que esa idea no fue buena, y que valoraré como tratarla con mi hijo. Es controversial la vida y extremadamente compleja. No la entiendo Padre, pero sé que tengo que aceptarla, porque eso me dejó claro tu muerte cuando me mostró su cara.

Padre, déjeme contarte que me doy cuenta cuando estás. Tú sabes que me doy cuenta…cuando suena tu sonajero y no hay viento, cuando a veces estoy tranquila y siento tu presencia, cuando me visitas en los sueños. Tú sabes que no temo.

Padre, déjame contarte que Mamá ha sido fuerte, pero ha veces la miro y hasta su fortaleza me da lástima. Cuando pienso todo lo que ha perdido no puedo dejar de sufrir por ella. Ella te extraña Padre, y con razón, nadie la comprendía como tú.

Padre, déjame contarte una última cosa, y es que el nieto de tu corazón está lindo. Elimina todos aquellos temores que tenías, es fuerte y sabrá salir siempre adelante. Tiene que aprender a sortear obstáculos, pero es cabezón y bracea fuerte como su mamá. Él me recuerda tanto a mi misma de pequeña…sé que tu pensarías igual. Me parece escuchar tu voz cuando lo regaño, pidiéndome que lo entienda…él te hizo querer tanto la vida…

No te preocupes Padre por mí si vez que lloro y sigo extrañándote. No creo que esto que siento pase, pero quiero que sepas que sé cuan importante soy para los míos y que por ellos y por mí tengo que llevar tu muerte de la manera que tú hubieras deseado. No sería capaz de aumentar tu sufrimiento. Además, escribirte de vez en cuando me hará sentirme bien…y tú siempre me dejarás contarte…Padre.

martes, 6 de octubre de 2009

La soledad, es un pájaro grande multicolor...

A muchos de los que conozco les gusta la noche. Lo que realmente no conozco es a muchos que les guste por lo que me gusta a mí: por la soledad. Y esa sí es una palabra maldita para muchos, pero para mí la noche bien entrada tiene como efecto directo la tranquilidad, la posibilidad de estar a solas conmigo misma. Es esta mi única hora del día, o más bien, de la noche, en que todos duermes, tranquilos, sin peligros, sin necesidad de cuidados. Así, noche a noche, llego a mi remanso de paz.

Yo los observo, observo a las personas a mi alrededor. La mayoría no necesita estar consigo mismo, a ninguna hora, no importa, ellos no lo requieren como requisito en sus vidas. Piensan rodeados de gente, haciendo varias tareas a la vez, y yo, desde pequeña, necesito, requiero la soledad. Por eso es que mi única opción es la noche, bien entrada y fresca, cuando sólo los faroles de las calles están encendidos. Aquí estoy conmigo, pensando en lo que tuvo el día que me tocó a fondo, pensando en la risa de mi padre ya muerto, en mi repentino amor por las plantas, en lo que voy llenando mis días.

Esta es la hora de mi escape. No hay otra por una simple razón: no hay manera que tu familia entienda esto, que tu hijo entienda que ahora no te puede hablar porque necesitas encontrarte, porque además la hora de las compras tiene un horario que hay que cumplir, porque tu madre se acerca a comentarte algo que puede ni te interese pero que debes atender, porque el teléfono sonó, la vecina gritó, tu día hirvió. Entonces cansados, los que no necesitan encontrarse consigo mismo, llegan al final del día, duermen y te ceden su precioso espacio.

Gracias Dios, te doy, por llenar mis días con aquellos que necesito y que me necesitan, gracias por hacerme fuerte para poder ir al frente y ayudarlos, gracias por darme la cuota exacta de soledad, y gracias mi Dios por la noche, reparadora no sólo por su sueño, sino de tantas, y tantas cosas.

jueves, 1 de octubre de 2009

Comienzo de una historia de amor

Camino a Miramar, montada en un taxi colectivo cubano, un chevorolet de los años 50, tuve un singular encuentro con la vida. En el asiento delantero, al lado del chofer, generalmente suelen sentarse dos personas. Cuando el taxi llega a mí ya venía montada delante una graciosa jovencita, veinteañera, con cola de caballo y gafas solares. Me siento a su lado. Sus ojos se ocultaban pero sus manos hablaban por sí solas. Traía un pequeño papel blanco que mantenía delante de sus ojos como quien lleva un banderín, como si necesitara mostrárselo a ella misma todo el tiempo. Y como el espacio es pequeño y es difícil no interactuar en un punto tan reducido, pude leer como quien lo hace desde una valla, unas letras que decían “Utero Grávido”. Me sorprendí. Muchas mujeres a esa misma hora pudiesen haber tenido un papel semejante en sus manos pero lo asombroso radica precisamente en las reacciones particulares.

Me repuse de la sorpresa, valoré el nivel de tolerancia que aquella muchacha podría tener y me arriesgué a decirle Felicidades, combinada con una sonrisa de:

“disculpameperoleitupapelymilenguasesoltóynopuedodejardefelicitarteporquetalvez
todavíanadietelashadadoytalveztepuedaspercartarquepormiedadyahepasadoporesto”.

La muchacha me dio las gracias con el grado de comprensión esperado, entre nerviosa y contenta de que su banderín era compartido. Realmente, el camino que continuó a partir de ahí lo hicimos juntas, sin hablar, pero de alguna manera comprometidas. Yo me bajaba en 24, pagué, di las gracias al chofer, y sin atreverme a decir mucho más, pero tampoco a bajarme y dar la espalda sin más, la miré de frente y la dejé con un “Cuídate”, al que ella respondió asintiendo tímidamente.

Puede parecer una tontería, tal vez lo sea en realidad, o tal vez tenga que aceptar que la vida misma te invita a reflexionar y que esa es la razón por la que eventos tan pequeños, con personas desconocidas te dejan una huella, en este caso de alegría y tristeza a la vez. Alegría porque un útero grávido, para mi mundo particular, es definitivamente el primer encuentro de un gran amor. Tristeza, porque tras aquellos lentes semi oscuros pude ver confusión, alegría, miedo, atracción, un mundo de sentimientos mezclados que no sabían qué camino tomar. Y no dije nada. No dije más nada. Todo lo que pude decir por miedo a la intromisión fue un Felicidades y Cuídate. Y pienso que tal vez, en voz baja, podía haber hablado a aquella muchacha de la maravilla que le había sido concedida, cuando tantas mujeres batallan por un milagro semejante. Tenía que haberle hablado de que viviría la historia de amor más linda de su vida, sin lugar a dudas, eso sin lugar a dudas, aunque ahora mismo dudas fuera lo que más estuviera sintiendo.

Hoy mirando la carita de mi hijo, dormido en mis brazos, pensé en tantas veces que le he tenido así, a mi gran amor, y que ciertamente no puede existir momento más plácido en la tierra. Oliendo y mirando a mi hijo me acordé de la jovencita de útero grávido y desee de todo corazón que esa historia de amor tuviera un final feliz, un útero no legrado.

Así fue. El milagro de la vida se cruzó en mi camino azarosamente o tal vez no tan azarosamente, tal vez yo debía aportar, yo era parte del milagro. Tal vez mis dos palabras fueron suficientes, quien sabe… Sólo me queda confiar y escribir, si es que quiero tener un buen dormir.

Y Dios dijo: "Cómprate algo bonito..."

Aquí estoy. Después de tanto tiempo invertido en pensar qué cocinar, qué procedimiento seguir para que mi hijo sea correcto y educado, después de tantas horas tontas mirando televisión estoy aquí, frente a mi vieja laptop. Me orino, pero me parece que si me levanto de la silla y entro al cuarto de puntillas para no despertar a mi campamento, me olvidaré de la idea de escribir, basuras, tonterías, pero al fin y al cabo es escribir.

Se siente bien. Hace tanto que no escribo ni para mí misma que una llega a olvidar el efecto catártico, medio alcohólico de tirarse sobre las letras, como si buscaras un sorbito de agua en medio de un desierto.

Uh, bueno, supongo que hay algo que debo contar. Entonces, como hay que contar y mi inclinación filosófica decidió que hay mucho calor, y que la cabeza ya está lo suficientemente caliente, hablaré entonces de algo trivial y que me sucedió hoy: FUI DE COMPRAS, siiiiii, fui de compras!!!!!

Todavía no sé si poner signo de exclamación, y es esa la conclusión más aplastante que me ha dejado el día.

Para cualquier mujer, desde las más tontas hasta las más inteligentes, desde las más presumidas hasta las más desaliñadas, a todas, les encanta ir de compras, porque para la mayoría de las mujeres -y pensándolo bien, mayoría puede ser una palabra mayor, pero ahí va- para la mayoría de las mujeres comprar es normal, estimulante… sucedido de la galería de “antes” propios del tema. Yo diría que para mí fue neutral, tirando sólo una milésima a estimulante.

Les cuento: calor en extremo, taxis pegajosos, espera, ropa y zapatos muy brillantes para mi gusto, vendedores que no saben de cremas, niño con “mami tengo hambre”, mami de esta mami (que también iba) con dolor en una pierna. El dinero chilla en mi cartera, me dice: sigue comiendo mierda que si sigo un minuto más aquí no me alcanzarás hasta que llegue a los brazos del supermercado, tras la codiciada comida; yo pesando que hace tanto que no voy de compras que cogí un taxi pegajoso equivocado, provocado por referencias viejas de compras que caducaron con mi pasado. Paso. Todo es mierda. Llego a la casa graduada en cremas pero con el “gracias a usted por enseñarme” de parte del vendedor de cremas, by the way, hombre. Traigo además un par de blúmeres ofensivos en precio, y que no merecen mi trasero, y cuando creo que el día termina, que voy a cerrar mi día de compras con el “ya aparecerá otra oportunidad” sucede lo de siempre, lo de todos los Tauros, la cabezota dura que nos hace bracear contra la corriente. Así que después de un baño y ropa limpia cojo otro pegajoso taxi que va para otro pegajoso lugar de la ciudad donde termino comprando lo que me temía, el par de zapatos que no me gustan y dos vestidos que se abultan sobremanera en mis pechos.

Muy bonita, me dice mi esposo, mientras me pruebo en el espejo. De verdad que me veo raramente bonita... hasta me veo como las de las calle… así que termina gustándome algo la compra. Y sé, lo sé, que a muchas les pasa lo que a mí. No hablo del hecho de ir a comprar una pieza de ropa –que llevándolo a justa escala puede ser un cachito de la luna en este país– sino al hecho de haber perdido tanto la costumbre que olvidamos realmente los efectos que tanto recomiendan los psiquiatras cuando ante la depresión te exhortan a comprarte algo bonito, algo que te guste…como dicen ellos. Algo que me guste…, sí, definitivamente hay que tomarlo en cuenta, aunque no haya pan ni vino. Decididamente comprarme algo bonito es algo que voy a recuperar, sí señor, y que Dios me perdone, pero aquí mismo lo dejo establecido como un nuevo mandamiento.