jueves, 1 de octubre de 2009

Comienzo de una historia de amor

Camino a Miramar, montada en un taxi colectivo cubano, un chevorolet de los años 50, tuve un singular encuentro con la vida. En el asiento delantero, al lado del chofer, generalmente suelen sentarse dos personas. Cuando el taxi llega a mí ya venía montada delante una graciosa jovencita, veinteañera, con cola de caballo y gafas solares. Me siento a su lado. Sus ojos se ocultaban pero sus manos hablaban por sí solas. Traía un pequeño papel blanco que mantenía delante de sus ojos como quien lleva un banderín, como si necesitara mostrárselo a ella misma todo el tiempo. Y como el espacio es pequeño y es difícil no interactuar en un punto tan reducido, pude leer como quien lo hace desde una valla, unas letras que decían “Utero Grávido”. Me sorprendí. Muchas mujeres a esa misma hora pudiesen haber tenido un papel semejante en sus manos pero lo asombroso radica precisamente en las reacciones particulares.

Me repuse de la sorpresa, valoré el nivel de tolerancia que aquella muchacha podría tener y me arriesgué a decirle Felicidades, combinada con una sonrisa de:

“disculpameperoleitupapelymilenguasesoltóynopuedodejardefelicitarteporquetalvez
todavíanadietelashadadoytalveztepuedaspercartarquepormiedadyahepasadoporesto”.

La muchacha me dio las gracias con el grado de comprensión esperado, entre nerviosa y contenta de que su banderín era compartido. Realmente, el camino que continuó a partir de ahí lo hicimos juntas, sin hablar, pero de alguna manera comprometidas. Yo me bajaba en 24, pagué, di las gracias al chofer, y sin atreverme a decir mucho más, pero tampoco a bajarme y dar la espalda sin más, la miré de frente y la dejé con un “Cuídate”, al que ella respondió asintiendo tímidamente.

Puede parecer una tontería, tal vez lo sea en realidad, o tal vez tenga que aceptar que la vida misma te invita a reflexionar y que esa es la razón por la que eventos tan pequeños, con personas desconocidas te dejan una huella, en este caso de alegría y tristeza a la vez. Alegría porque un útero grávido, para mi mundo particular, es definitivamente el primer encuentro de un gran amor. Tristeza, porque tras aquellos lentes semi oscuros pude ver confusión, alegría, miedo, atracción, un mundo de sentimientos mezclados que no sabían qué camino tomar. Y no dije nada. No dije más nada. Todo lo que pude decir por miedo a la intromisión fue un Felicidades y Cuídate. Y pienso que tal vez, en voz baja, podía haber hablado a aquella muchacha de la maravilla que le había sido concedida, cuando tantas mujeres batallan por un milagro semejante. Tenía que haberle hablado de que viviría la historia de amor más linda de su vida, sin lugar a dudas, eso sin lugar a dudas, aunque ahora mismo dudas fuera lo que más estuviera sintiendo.

Hoy mirando la carita de mi hijo, dormido en mis brazos, pensé en tantas veces que le he tenido así, a mi gran amor, y que ciertamente no puede existir momento más plácido en la tierra. Oliendo y mirando a mi hijo me acordé de la jovencita de útero grávido y desee de todo corazón que esa historia de amor tuviera un final feliz, un útero no legrado.

Así fue. El milagro de la vida se cruzó en mi camino azarosamente o tal vez no tan azarosamente, tal vez yo debía aportar, yo era parte del milagro. Tal vez mis dos palabras fueron suficientes, quien sabe… Sólo me queda confiar y escribir, si es que quiero tener un buen dormir.

1 comentario:

  1. Mi amiga, me he sentido tan bien al leer tu blog, que ya tienes una deuda conmigo y con todas las que de seguro haremos de este sitio un lugar donde encontrarnos a nosotras mismas, me encantó, me sentí feliz por ti, pues se que esto te apasiona mucho, y bueno ya sabes hasta una lagrimilla se escapó. Suerte para este nuevo reto.

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