jueves, 1 de octubre de 2009

Y Dios dijo: "Cómprate algo bonito..."

Aquí estoy. Después de tanto tiempo invertido en pensar qué cocinar, qué procedimiento seguir para que mi hijo sea correcto y educado, después de tantas horas tontas mirando televisión estoy aquí, frente a mi vieja laptop. Me orino, pero me parece que si me levanto de la silla y entro al cuarto de puntillas para no despertar a mi campamento, me olvidaré de la idea de escribir, basuras, tonterías, pero al fin y al cabo es escribir.

Se siente bien. Hace tanto que no escribo ni para mí misma que una llega a olvidar el efecto catártico, medio alcohólico de tirarse sobre las letras, como si buscaras un sorbito de agua en medio de un desierto.

Uh, bueno, supongo que hay algo que debo contar. Entonces, como hay que contar y mi inclinación filosófica decidió que hay mucho calor, y que la cabeza ya está lo suficientemente caliente, hablaré entonces de algo trivial y que me sucedió hoy: FUI DE COMPRAS, siiiiii, fui de compras!!!!!

Todavía no sé si poner signo de exclamación, y es esa la conclusión más aplastante que me ha dejado el día.

Para cualquier mujer, desde las más tontas hasta las más inteligentes, desde las más presumidas hasta las más desaliñadas, a todas, les encanta ir de compras, porque para la mayoría de las mujeres -y pensándolo bien, mayoría puede ser una palabra mayor, pero ahí va- para la mayoría de las mujeres comprar es normal, estimulante… sucedido de la galería de “antes” propios del tema. Yo diría que para mí fue neutral, tirando sólo una milésima a estimulante.

Les cuento: calor en extremo, taxis pegajosos, espera, ropa y zapatos muy brillantes para mi gusto, vendedores que no saben de cremas, niño con “mami tengo hambre”, mami de esta mami (que también iba) con dolor en una pierna. El dinero chilla en mi cartera, me dice: sigue comiendo mierda que si sigo un minuto más aquí no me alcanzarás hasta que llegue a los brazos del supermercado, tras la codiciada comida; yo pesando que hace tanto que no voy de compras que cogí un taxi pegajoso equivocado, provocado por referencias viejas de compras que caducaron con mi pasado. Paso. Todo es mierda. Llego a la casa graduada en cremas pero con el “gracias a usted por enseñarme” de parte del vendedor de cremas, by the way, hombre. Traigo además un par de blúmeres ofensivos en precio, y que no merecen mi trasero, y cuando creo que el día termina, que voy a cerrar mi día de compras con el “ya aparecerá otra oportunidad” sucede lo de siempre, lo de todos los Tauros, la cabezota dura que nos hace bracear contra la corriente. Así que después de un baño y ropa limpia cojo otro pegajoso taxi que va para otro pegajoso lugar de la ciudad donde termino comprando lo que me temía, el par de zapatos que no me gustan y dos vestidos que se abultan sobremanera en mis pechos.

Muy bonita, me dice mi esposo, mientras me pruebo en el espejo. De verdad que me veo raramente bonita... hasta me veo como las de las calle… así que termina gustándome algo la compra. Y sé, lo sé, que a muchas les pasa lo que a mí. No hablo del hecho de ir a comprar una pieza de ropa –que llevándolo a justa escala puede ser un cachito de la luna en este país– sino al hecho de haber perdido tanto la costumbre que olvidamos realmente los efectos que tanto recomiendan los psiquiatras cuando ante la depresión te exhortan a comprarte algo bonito, algo que te guste…como dicen ellos. Algo que me guste…, sí, definitivamente hay que tomarlo en cuenta, aunque no haya pan ni vino. Decididamente comprarme algo bonito es algo que voy a recuperar, sí señor, y que Dios me perdone, pero aquí mismo lo dejo establecido como un nuevo mandamiento.

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